Cada mañana, al alba, la puerta se cerraba lenta y silenciosamente, trataba de no despertar a los suyos al irse, sabia que era demasiado temprano para sus pequeños hijos, quería que durmieran y que descansaran, por todo lo que él, no pudo ni podía dormir y descansar; Quería que estudiaran, por todo lo que él no estudió, ni ya podía estudiar; Quería que comieran, por todo lo que él a su edad no comió y querría haber comido; Quería que se abrigaran, por todo el frió que él paso, y seguía pasando; Quería que jugaran por todo lo que él no jugó y quería jugar. Quería que fueran felices, por todo lo que él, a su edad sufrió y lo hizo infeliz.
Cada mañana, al alba, el pequeño chillido de la puerta al cerrarse, cuando su padre salía, era lo único que los niños conocían de él, ellos sólo querían dormir junto a él, querían estudiar con el, querían comer con él, querían abrigarse con él, querían jugar con él y querían ser felices con él, pero no podían decírselo, ni pedírselo, prácticamente, no lo conocían.
Cada mañana, al alba, el mar arrebataba de su familia, al que cada noche regresaba, cansado, enfriado, hambriento y triste, quien se esforzaba por lograr la felicidad de los suyos, sin saber cómo era, ni conocer a quienes se las entregaba, como si fuese un hechizo de venganza, de los seres del mar.
Cada mañana, al alba, el mar arrebataba de su familia, al que cada noche regresaba, cansado, enfriado, hambriento y triste, quien se esforzaba por lograr la felicidad de los suyos, sin saber cómo era, ni conocer a quienes se las entregaba, como si fuese un hechizo de venganza, de los seres del mar.
Felipe Olaechea
Colección de Fotografias y Cuentos
IQUIQUE EN SEPIA
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