Todos los días, desde ya demasiado tiempo, sin cambios en su rutina, ni más esperanzas que la de seguir vivo, se levantaba a las 06:00 de la mañana, medio desayunaba, en el centro de su casa vacía y salía luego a la calle, sin saludar ni que lo saludasen, a esperar la locomoción, que lo haría recorrer la hora, que lo separaba de su trabajo, el que cumplía sin más esfuerzo, que ver pasar los minutos contando y contando, dinero de otros. Todos los días sin variación, Se detenía en la hora de almuerzo, sólo por costumbre, después regresaba a su cubículo, hasta que el atardecer lo encaminaba de regreso a su soledad.
Pero a aquél hombre que caminaba cansado, cabizbajo y solitario, le estaba ocurriendo algo extraordinario desde algunas semanas, que lo había hecho pensar, en comentárselo a alguien, pedir una opinión sobre las coincidencias que se producían de forma inesperada, sobre las extrañas señales que se presentaban en su vida, como forma de alerta o llamado de atención. Pero no tenía a nadie con quien hablar, no tenía a nadie a quien contarle lo que le estaba pasando, y no se animaba a encontrar a alguien a quien señalarle, que ha cada lugar al que llegaba, cada locomoción que tomaba, o cada radio que sintonizaba, escuchaba la misma canción, que con su estribillo lo paralizaba “La vida es hermosa, la gente es buena y el mundo maravilloso”. Lástima para él, tenía demasiada pena en su alma, y tanto había llorado, que sus ojos, habían quedado nublados, y sólo podía pensar; Que él, no vivía esa vida, no conocía a esa gente y no habitaba ese mundo, y en el silencio de su soledad, continuaba sus fríos días.
autor: Felipe Olaechea
No hay comentarios:
Publicar un comentario